Despojados 

En 1968, un grupo de indígenas arakmbut de la Misión dominica de Shintuya, en Madre de Dios, huyeron en silencio, sigilosos, dejando animales, quemando pertenencias. Guiados por su chamán soñador, decidieron concluir su estancia de 10 años en ese mundo ajeno, entre otras cosas porque su población estaba siendo diezmada por la gripe y la viruela. Retomaban el camino a sus territorios ancestrales. Ese grupo se estableció primero en el río Pukiri y luego, con mejor suerte, en el río Karene fundaron su comunidad y le llamaron San José de Karene.

En ese entonces, Madre de Dios sufría las agresiones de la colonización minera y en los territorios ancestrales arakmbut trabajaban un puñado de mineros andinos que, siguiendo las rutas de los depósitos aluviales, se asentaron en los ríos Pukiri y Karene. El potencial aurífero de esa zona la convirtió en un foco de atracción extractiva y en 1973 el Banco Minero apertura sus actividades cerca de las recién formadas comunidades arakmbut. A mediados de los años 70, los primeros jóvenes escolarizados de San José impulsaron en la comunidad el trabajo artesanal del oro, cuyo dinero utilizaban para comprar víveres que complementaban la economía familiar basada en la chacra, la pesca y caza. Este hito marcaría el inicio de un proceso desigual de articulación de los arakmbut a la economía del oro y a la sociedad nacional.

En los años 80, los conflictos con los mineros en el río Pukiri se tornaron hostiles porque estos rechazaron el reconocimiento legal de San José como comunidad nativa, pero sobre todo no aceptaron la titulación del territorio. Los mineros se resistieron y desataron actos de hostigamiento contra los arakmbut, que culminaron en 1986 con el asesinato de un joven indígena de 17 años. Ese episodio de violencia los despojó del río Pukiri y desde ese momento, las actividades de la comunidad se han concentrado en el Karene. El río Pukiri ha quedado en manos de unos cuantos mineros andinos, ningún arakmbut trabaja ahí. Hoy, ese río forma parte de un devastador paisaje lunar enclavado en la Amazonía.

Esta derrota marca el inicio de una serie de despojos que profundizan la dependencia de la economía aurífera. Si bien los arakmbut nunca han sido pasivos frente a las amenazas de agentes externos y constantemente han apelado a la autodeterminación para mantener el control de sus vidas frente a la colonización, la avalancha de invasiones en su territorio ha debilitado la capacidad de respuesta de la comunidad. Sin apoyo de las autoridades locales, regionales y nacionales para salvaguardar su territorio de los invasores y dejados a su suerte, los arakmbut se han acogido a nuevas estrategias de adaptación y convivencia con los amiko (mestizos, no arakmbut). Una de esas estrategias es la regalía minera que perciben por permitir a un amiko extraer oro en tierras de la comunidad. En un principio, esta regalía buscaba regular el desbordado acceso a la comunidad y mantener en estado de latencia los conflictos, pero no ha sido del todo eficaz. El incumplimiento del trato por parte de los amiko y una constante percepción de la disminución del oro del suelo han llevado a algunos arakmbut a rechazar esta estrategia.


eL DEFORESTADO RÍO PUKIRI, MADRE DE DIOS
FUENTE: LUCERO rEYMUNDO

Deforestados

En los últimos quince años, las fiebres del oro, una política desordenada de concesiones mineras del Estado, la promoción de la minería aurífera y la apertura del tramo III de la Interocéanica, han acelerado de manera exponencial la ocupación violenta de los bosques en la zona del Pukiri. Hace trece años, gracias al boom de la minería se creó el centro poblado Bajo Pukiri, conocido como Delta 1, que colinda con las fronteras de San José. La población de este pequeño centro urbano procede del sur andino peruano, son mineros o comerciantes que ofrecen servicios a la minería: talleres mecánicos, venta repuestos de motores, agencias de envío de dinero, tiendas de alimentación, restaurante, discotecas, bares y prostíbulos. En este contexto, la actividad minera se ha trasladado de los ríos a los bosques, hiriéndolos de gravedad. Alrededor de Delta 1, se expande un área de deforestación que traspasa los linderos de la comunidad.

Con los bosques deforestados, los suelos y ríos contaminados de mercurios y otros químicos, las posibilidades de obtener fuentes proteicas de actividades como la caza son escasas y esporádicas. En San José muchos hombres adultos continúan cazando pero deben irse lejos en el bosque para encontrar, con suerte, una carachupa. El constante ruido del motor de las máquinas espanta a los animales. Sea cual fuese el método de extracción: traca, chupadera o caranchera, el oro los obliga a dedicar más horas al trabajo minero, y en algunos casos las familias deben desplazarse en campamentos. Los jóvenes, socializados desde pequeños en la economía del oro, tienen pocos incentivos para continuar practicando la caza y, a quienes persisten les quedan bosques comidos por el oro y pocas presas.

La misma suerte corren las chacras, son pocas las familias que tienen una. Las mujeres que antes se encargaban de la siembra y el cuidado, también disponen parte de su tiempo al trabajo minero. La monetización de la comunidad ha desplazado la variedad de productos que antes tenían en sus chacras, como las piñas y la papa de monte. Productos alimenticios como el arroz, el azúcar, el aceite que antes eran excepcionales, ahora son indispensables en la dieta y son comprados desde Delta 1. El arroz tiene más presencia que otro carbohidrato, y el pollo le disputa al pescado su posición como la proteína más consumida. Los hábitos citadinos han ganado terreno en las mesas y los platos cotidianos están bastante alejados de lo que comían sus abuelos. Aunque, las veces que llega carne de monte son celebradas y consumidas con preferencia.

El oro ha conquistado casi todas las esferas de la vida en San José y ha acelerado las transformaciones sociales de su proceso “integración” a la sociedad nacional. Las expectativas por la educación se resuelven fuera de la comunidad, en Puerto Maldonado o Cusco, porque San José no tiene un colegio secundario y los centros urbanos cercanos, como Delta 1 y Boca Colorado (capital del distrito) ofrecen pocas opciones de educación superior para cubrir esas expectativas. Las familias se ven obligadas a extraer más oro para mantener la educación de sus hijos en las ciudades. Así, la lógica continua y extractiva del oro solo produce mecanismos de precarización de la vida indígena.


Los arakmbut en tiempos de pandemia

Los arakmbut de San José son los hijos y nietos de los hombres y mujeres que vivieron en malocas en las cabeceras de los ríos, resistiendo al contacto con la sociedad nacional hasta mediados del siglo XX. Quizá por la memoria que conservan de las muertes por las epidemias de dicho “contacto”, San José ha tomado rápidas medidas de aislamiento social, como bloquear la carretera que los conduce a Delta 1. En los últimos días han extremado las acciones y han incendiado un puente rústico que antes del Covid 19 mantenían con recelo para realizar sus actividades comerciales con Delta 1. La carretera y el puente lo hicieron ellos, con ayuda de los amiko en 2015.

La pandemia del Covid 19 y las medidas de aislamiento y cierre de fronteras llega en un momento de fragilidad ecológica y debilitamiento de la comunidad. Todas las familias dependen de los ingresos del oro, directa o indirectamente. El año pasado, un gramo de oro costaba en Delta 1 aproximadamente 140 soles, este año, días antes del aislamiento su precio bajó hasta los 60 soles. Con menos gramos para comercializar, por la baja productividad de los placeres aluviales, las economías familiares se han visto duramente golpeadas. Por ejemplo, en los tres caseríos de San José existen cinco pequeñas bodegas, emprendimientos de mujeres que buscaban hacerse una entrada con la venta de refrescos, gasolina, abarrotes, víveres, que hoy tienen un futuro incierto.

A pesar de esta vulnerabilidad, los arakmbut han tomado medidas drásticas en ausencia de protocolos regionales y nacionales de protección de los pueblos indígenas en la crisis sanitaria que afronta el país. El Ministerio de Cultura, como ente rector de las políticas interculturales para los pueblos indígenas, no existe. Como muchas comunidades de la Amazonía indígena, la pandemia los enfrenta a una posible situación de inseguridad alimentaria, con un sistema de salud precario e ineficiente. El Covid 19 tendría consecuencias fatales en las comunidades indígenas. Ellos lo saben mejor que nosotros.

El año pasado, cuando realizaba mi trabajo de campo en San José de Karene, los arakmbut discutían otras alternativas económicas para una posible transición post aurífera. Para ellos, el fin del oro estaba cerca y los amiko partirían. Eran frecuentes las preocupaciones sobre qué harían sin oro y sin bosques. Al respecto, una mujer joven me dijo que si ese pronóstico se cumpliese no les quedaría otra alternativa que vivir como los “antiguos”: regresar al bosque, aunque esté depredado. Los futuros posibles que se imaginaron los arakmbut de San José dependen ahora de las acciones concretas que el Estado tome para los pueblos indígenas en esta emergencia. El cuaderno de deudas históricas está lleno, no se puede sumar otra más.


* Las notas etnográficas de este artículo son parte de mi material de trabajo de campo para obtener el título de Licenciatura en Antropología por UNMSM.


Referencias bibliográficas:

Gray, Andrew (1986). “And after the Gold Rush...? Human Rights and Self-Development among the Amarakaeri of Southeastern Peru”. Documento 55. Dinamarca: IWGIA. 

------ (2002) Los Arakmbut de la Amazonía peruana: Mitología, espiritualidad e historia. Lima: IWGIA y el Programa para los pueblos de los bosques.

Moore, Thomas (2003). “La etnografía tradicional arakmbut y la minería aurífera”. En: Huertas, Beatriz y Alfredo García (eds.). Los pueblos indígenas de Madre de Dios. Historia, etnografía y coyuntura, pp. 58-90. Lima: FENAMAD y IWGIA.